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LA LAVA DEL VOLCÁN DEVORÓ GRAN PARTE DEL TEMPLO EN SAN JUAN PARANGARICUTIRO. |
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Viven huellas del volcán Paricutín
FERNANDO GARCÍA
La región purépecha de Michoacán se estremeció hace 62 años con la erupción del volcán
Los temblores del 17 y 18 de febrero de 1943 parecían anunciar algo inmenso.
La inquietud que causaban no era en vano. En la mañana del 20 de febrero el campesino Dionisio Pulido escuchó fuertes truenos, pero en el cielo no había nubes. En su arado, ubicado en el valle michoacano de Cuiyutziro (que significa águila en purépecha), se comenzaba a abrir una cavidad de 17 pies de profundidad. A las 5:20 pm, entre los surcos nació a ritmo acelerado el Paricutín, "el volcán mejor observado del mundo", como se le ha llamado. Dionisio Pulido, quien narró las crónicas de esos tiempos, fue uno de muy pocos hombres en el mundo que vio nacer un volcán.
En la puerta de una casa ubicada frente al templo de Santiago Apóstol en Angahuan, Michoacán, se ha tallado una representación del nacimiento de este volcán. En un cuadro se ve al campesino tratando de parar el incendio subterráneo.
Los ojos rojos causados por la ceniza y arena gris eran también los ojos rojos de la tristeza. La gente que habitaba el rancho llamado Paricutín y San Juan Parangaricutiro (población fundada en el siglo XIV por el rey tarasco Caltzonzin) veía, aún con resistencia de moverse, cómo sus cosechas iban cubriéndose de arena negra, polvo inútil y muy viejo. Como escribió el escritor, político y periodista José Revueltas, "un polvo con el que quizás se formó el mundo".
Viajeros de todo el país y de Estados Unidos llegaban a esta región a ver el espectáculo y uno de los pocos helicópteros existentes en el mundo se asomaba al cráter en plena segunda guerra mundial.
Bajo un sudario negro sobre el paisaje
Así titula José Revueltas, uno de los múltiples viajeros que visitó la zona poco después de la erupción, al primer capítulo de su crónica Visión del Paricutín en la que escribe: "Dionisio Pulido es la única persona en el mundo que puede jactarse de ser dueño de un volcán, no es dueño de nada".
La leve esperanza de la gente de San Juan Parangaricutiro de ver salvado su pueblo, se tornaba en resignación ante el lento avance de la lava. Decían que no se irían de ahí hasta que llegara la piedra ardiendo al panteón. De poco sirvió sacar al milagroso Santo Señor de los Milagros de la iglesia donde se veneraba para que la gente lo siguiera. Fue hasta marzo de 1944, un año y un mes después de la erupción, cuando la gente salió. La lava había llegado al panteón.
Hoy, solamente las ruinas de la iglesia, construida en 1618, se asoman entre la roca volcánica. Se aprecia la parte superior de la fachada, las dos torres—una inconclusa—y la parte superior del altar donde aún se dejan ofrendas al Santo Señor de los Milagros. Más atrás se levanta, silencioso, el Paricutín.
El volcán, cuyo cono se eleva a 10,400 pies sobre el nivel del mar y a 1,345 pies sobre la llanura, se encuentra a seis millas de la iglesia en un trayecto pletórico de lava. Visitar ambos es un viaje fascinante y uno de los principales atractivos de Michoacán. El recorrido se puede hacer a pie o a caballo, desde Angahuan.
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