Los tres alejandros
ENRIQUE LOPETEGUI
"Sin fotos ni preguntas personales", es lo primero que me dicen antes de entrevistar a Alejandro Fernández, recientemente de paso por San Antonio.
Pero cuando le pregunto directamente por qué tanto rollo con el tema de las fotos, Alejandro abre los ojos, asombrado.
Acompañado por una publicista y dos miembros de su equipo directo (no sea cosa que le pregunten de más o él hable de más), Alejandro mostraba la sorpresa de quien, simplemente, no sabía que no debía sacarse fotos. (Lo cual es típico: la misma cara me puso Luis Miguel hace años, pero, al final, accedió a la foto).
La explicación es sencilla: cuando un publicista dice "no photos", significa que el manager, no el artista, no quiere que le saquen fotos. Y no es que Alejandro 'se veía mal' después de una cruda.
Imagínenselo: estaba sentado con una playera de manga corta negra, bien apretada. Tenía los brazos de Hulk, el pelo largo peinado para atrás y las canas se le veían de diez millas a la redonda. El hijo del Rey del Pelo Pintado, El Gran Chente (que es grande de verdad), no tenía problemas en mostrar que no tiene 20 años y, muy sutilmente, establecía otro punto de separación de ese padre que ama con genuina devoción.
Después de una confusión de unos segundos, finalmente explica por qué su equipo no quiere que le saquen fotos.
"No sé… ¿Quién sabe? De repente porque…", y se queda en blanco. Entonces se afloja y pasa a responder la neta.
"Te voy a ser sincero: de pronto confías en las personas que te toman la foto, y resulta que las fotos no tiene la calidad que esperabas. De pronto la ves y dices, 'guau, me hubieran dicho y yo les mando una. ¿Para qué sacan eso?' No es que uno esté desarreglado ni ande en pijama durante la entrevista, pero vamos…"
Minutos antes, su equipo me había hecho escuchar un adelanto de A corazón abierto, su nuevo disco de baladas, que sale a la venta el 7 de septiembre. La pregunta que me surgió al final de la última canción fue, ¿por qué con el disco no corrió los mismos riesgos que con Zapata (la película de Alfonso Arau protagonizada por él)?
Es que en la música mexicana (él nunca usa la palabra 'ranchera'), Ale es viril, poderoso, en control de todo y rodeado de mariachis de primer nivel. Cuando graba baladas, su música se transforma en una cosa fofa y blanda, y no suena peor porque tiene el presupuesto para hacer que cualquier cosa suene bien y porque él, aún en las peores circunstancias, canta como los dioses.
Por supuesto, Alejandro defiende su disco.
"De los discos anteriores corregimos los errores", dice. "Por ser balada, mucha gente tenía como la idea de que el cantar muy alto hacía la voz más brillosa y más joven, pero eso no es lo mío, porque yo con las rancheras también manejo la media voz. Eso fue algo que le dejé bien claro a todos los productores: no quería manejar tonos altos. Y la forma en la que se ecualizó la voz es más moderna, no tan tradicional".
Y continúa hablando del disco como para convencerme de que estuvo al tanto de cada detalle, al igual que con los discos rancheros. Pero cuando le pregunto quién hizo los muy buenos solos de guitarra eléctrica, me mira como si le hubiese preguntado su pronósticos de la inflación el próximo semestre en Chipre.
"No, no sé quién [tocó la guitarra]...", y mira a sus allegados, que no abren la boca.
A corazón abierto, producido por Kike Santander (David Bisbal, Ricardo Montaner y decenas más) y Aureo Baqueiro (quien hizo un trabajo fabuloso con Natalia Lafourcade y un bodrio con Sin Bandera) es, en realidad, dos discos.
El primero es de una voz única que te envuelve por arriba y por abajo. Te susurra al oído o te grita directamente al corazón, luminosa y oscura, todo al mismo tiempo.
El problema es que —y aquí viene el 'disco 2'— a los arreglos, al camino que se tomó, sólo lo salvan los violines rancheros. Perfectos, sutiles, bien colocados y sin pasarse de rosca. El resto, pura miel.
"[El disco] está muy equilibrado, porque los dos [productores] son bien diferentes pero tienen cierta similitud", dice Alejandro. "El concepto está redondito".
Exacto. Es todo 'redondito', pulcro hasta el hartazgo. Esa pulcritud obsesiva, como la de Jack Lemmon en The Odd Couple (como quien pasa la aspiradora en el cordón de la vereda). De nada sirvió la reputación de Gian Marco, Leonel García (Sin Bandera), Tres de Copas y otros que hacen canciones como si fueran tacos en el estadio: cuando Alejandro abre la boca en este disco, ya sabemos qué es lo que va a decir.
Pero a San Antonio no sólo vino por el disco. Primero, tenía un evento del Instituto Smithsonian para rendir homenaje a la contribución latina a la cultura de Estados Unidos. Después, la fiesta de lanzamiento de la revista Bello que, contrario a los rumores, no pertenece a Alejandro.
"¿Mía? No, todavía no", dice Alejandro. "Si me van a dar mi lana, lo podemos negociar". Y estalla en una carcajada, antes de regresar a Zapata y decirme que se estrenará en Estados Unidos en septiembre u octubre (qué casualidad: justo alrededor de la fecha de lanzamiento de su disco). Aprovecha para abrir el paraguas.
"Alfonso tiene un estilo muy particular de hacer cine, y habrá a quien le guste y quien lo aborrezca".
Para compensar un poco la negativa a las fotos, toma una pluma y escribe un mensaje de buena suerte para RUMBO (publicado en nuestra primera edición). Después, por si las moscas, se queda con la última palabra en relación al disco.
"Lo hicimos con la intención de que le guste a la gente y se vuelvan a enamorar. Quiero que tengan un pretexto para poder sentirse a gusto y escuchar algo que hicimos con cariño y honestidad".
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