OPINIÓN
Lunes, 11 de Octubre de 2004, actualizado a las 10:11
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Del terrorismo y la semántica

GABRIEL RODRÍGUEZ

Un terrorista es un terrorista, dijo el miércoles pasado José María Aznar, ex presidente del gobierno español que llevó al fracaso electoral al derechista Partido Popular tras insistir en que los atentados del 11 de marzo en Madrid fueron obra de separatistas etarras y no de islamistas, como indicaban las pruebas.

Para Aznar, estadista que es, el monopolio que el Estado tiene sobre la violencia es sagrado. Algo que es perfectamente defendible cuando se trata de gobiernos democráticos, representativos y responsivos. Pero, ¿es realmente conveniente poner en la misma repisa a los guerrilleros zapatistas en Chiapas, a los rebeldes tamiles en Sri Lanka, a las milicias colombianas, a los secesionistas chechenos y vascos y a los fundamentalistas islámicos?

En la conferencia que Aznar ofreció en la Universidad de Trinity en San Antonio, un participante le preguntó si tenía alguna recomendación para los que añoran un gobierno democrático en países como Irán y Corea del Norte. ¿Qué hacer, cuestionó el estudiante, levantarse en armas o esperar a que una potencia mundial llegue a aplicar un cambio de régimen?

Ante la pregunta, Aznar no pudo más que encogerse de hombros y apuntar hacia la oportunidad de democracia que él observa en Irak.

Pero esto no contesta a la pregunta. Ni mucho menos, a la pregunta que iba implícita: ¿son también terroristas aquellos que luchan por su autodeterminación, por el derecho a tener gobiernos que los representen y les respondan? Si el concepto hubiera existido en 1776, héroes como Washington, Adams y Paine sin duda hubieran sido catalogados de terroristas por la corona inglesa.

La distinción es más que un capricho semántico.

No hay que confundir los medios con los fines, pues como bien lo saben palestinos y tibetanos, los estados, con toda su legalidad y derecho a defenderse, también pueden incurrir en prácticas terroristas.

Así que discúlpenos, señor Aznar, si algunos periodistas nos negamos a participar de su maniqueísmo. Nuestro afán no es justificar la violencia contra los civiles, sino atender a la responsabilidad que tenemos de informar con precisión y cautela.

El pueblo español supo el valor de diferenciar entre etarras e islamistas, y es por eso que su partido ya no sigue en el poder. No todos los terroristas son iguales; cada uno exige del orden público y de la sociedad civil una estrategia específica y un trato distinto. Vivimos en un mundo de matices.

—Gabriel Rodríguez es editor de Internacional de RUMBO

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